La vida es tan acelerada en Nueva York que, como visitante, uno tiene la sensación de que estar en un sitio implica forzosamente sacrificar otro. ¿Cómo elegir? Recorridos los museos imperdibles (el Moma, el Met, el Whitney), la ciudad ofrece una gran alternativa para los amantes del arte contemporáneo: el Día: Beacon, un museo cuya visita implica utilizar una mañana completa, pero cuya notable colección vale la pena el sacrificio.
Hasta una hora y media tarda el tren que sale desde Central Station en llegar a Beacon, el pueblo en las orillas del Río Hudson donde hace cinco años la Fundación Día reacondicionó una imprenta de 1929 para convertirla en uno de los más luminosos espacios donde se exponen las nuevas técnicas adoptadas por los artistas a partir de los ’60.
Las esculturas-chatarras automovilísticas de John Chamberlain, las montañas de fieltro que dejaron las performances de Joseph Beuys, los tubos de neón de Dan Flavin, se suceden en las salas generando un interesante diálogo entre las obras de fría factura industrial de los artistas minimalistas con las de los artistas que transformaron el paisaje natural en su campo de acción (los denominados Land Artista).
También hay espacio para lenguajes más tradicionales como la pintura o el dibujo, releídos, eso sí, desde una óptica contemporánea. La magnífica serie de Andy Warhol sobre un estudio de las sombras y una serie de dibujos a muro completo de Sol LeWitt recompensan por sí solos el viaje a conocer un espacio donde grandes creadores de los últimos 50 años exponen a sus anchas.