Moscú es una de esas ciudades del mundo que atrae a millones de turistas por su belleza. Se trata de una ciudad muy antigua que ya era lugar de paso de los esclavos en el siglo VI. En el siglo XII se construyó en madera el primer Kremlin, aunque el verdadero auge de la ciudad no llegó hasta que Iván III el Grande y su hijo Iván IV el Terrible llegaron al poder. La historia de Moscú siguió forjándose en los siglos siguientes de forma un tanto turbulenta. Revueltas, la llegada de los Romanov, zares, Pedro el Grande y Catalina la Grande, Nicolás II, guerras y revoluciones, Lenin, Stalin, Gorbachov… y Putin, claro.
De todos esos años, Moscú, que resistió a Napoleón y a Hitler, ha conservado grandes monumentos que hoy forman parte de ese arriba, que mencionábamos al principio y cuyo eje central es, sin duda, la Plaza Roja. Sus 500 metros de largo están marcados por las murallas del Kremlin a un lado y los gigantescos almacenes GUM, el mayor y más lujoso centro comercial de Rusia, al otro. Cierra uno de los lados estrechos el Museo de Historia, que contribuye con su fachada de ladrillo, como el muro del Kremlin, al nombre de la plaza, y el otro la espectacular catedral de San Basilio que con sus coloristas cúpulas se ha convertido en el mejor icono de la ciudad. Fue encargada por Iván el Terrible al arquitecto Postnik Yakovlev que en mala hora aceptó el encargo. Según se dice, Iván quedó tan impresionado por la belleza de su obra que lo mandó cegar para que nunca pudiera volver a crear un edificio de tanta hermosura. Cosas como estas justifican el apodo de Terrible que tenía Iván… y esto fue antes de que matara a su propio hijo en un ataque de cólera, tal como muestra el magnífico cuadro de Iliá Repin en la espectacular Galería Tretiakov que reúne la mejor colección de arte ruso del mundo.
El muro del Kremlin está interrumpido por el mausoleo de Lenin, que lleva allí impoluto embalsamado desde su muerte en 1924. Aunque el proceso fue revolucionario en su época y consiguió un resultado perfecto, hoy algunos dicen que, aunque se le inyectan periódicamente fluidos especiales, parte del cuerpo es de cera, cosa que las autoridades se apresuran a desmentir. En todo caso, el ceremonial que le acompañó durante décadas desapareció en 1993, y un solitario soldado contempla aburrido las interminables colas de turistas. Por cierto, se dice que pronto será trasladado y enterrado en otro lugar. ¿De qué nos suena eso…?
De ese pasado moscovita queda mucho que ver, como el Teatro Bolshói, la Armería Estatal, Kolómenskoye, Kuskovo, la mencionada Galería Tretiakov o el Museo Pushkin de Bellas Artes, entre otras cosas. Vale la pena detenerse en la Catedral del Cristo Salvador, el templo principal de Rusia. La catedral tuvo un trágico destino, pues durante el régimen de Stalin fue destruida, ya que su lugar iba a ser ocupado por el Palacio de los Soviéticos, un descomunal edificio de 415 metros de altura coronado por una estatua de Lenin de 100 metros de altura, y en la cabeza de la cual, Stalin instalaría su despacho. El Palacio de los Soviéticos debía convertirse así en el edificio más alto del mundo y simbolizar el triunfo absoluto del comunismo soviético sobre el capitalismo. Aunque las obras llegaron a iniciarse, la llegada de la Segunda Guerra Mundial evitó su construcción. En la década de los 90 se construyó de nuevo la catedral siguiendo los planos originales.
El Mundial como referente
Pero Moscú quiere mostrar ahora su cara más moderna, más dinámica, más rica. Ha cambiado mucho en los últimos años y la celebración en Rusia del Mundial de fútbol le dio una perfecta excusa para modernizarse aún más. Los resultados han sido espectaculares, según nos reconocía Nikolai Gulyaev, antiguo campeón olímpico de esquí en los Juegos Olímpicos de Calgary y Jefe del Departamento de Deportes de Turismo de Moscú, un espacio administrativo que nació “por, para y durante el mundial pero que, dados los buenos resultados conseguidos, se ha decidido, al menos por ahora, continuar juntos”.
Aunque ha tenido un coste estimado de 11.800 millones de euros, siendo la Copa del Mundo más cara de la historia, los resultados han compensado. “Calculamos que han llegado unos 700.000 hinchas extranjeros a Rusia –indica Gulyaev–, y más de tres millones de turistas que llenaron las calles de las 11 ciudades sede junto con los locales. Moscú vio un alza de un 60 por ciento de los turistas extranjeros. Toda esa gente debe alojarse, comer y beber para capear la sed”. En 2017 hubo 21,6 millones de llegadas de turistas a Moscú. En 2018 se espera que el flujo de turismo en Moscú aumente al menos en un 10%.
La Copa Mundial de Fútbol 2018 ha mostrado una nueva faceta de Moscú a una gran cantidad de invitados. En total, durante la Copa Mundial, 4,5 millones de personas visitaron Moscú, 2,3 millones de los cuales eran extranjeros y el resto ciudadanos de Rusia. Alrededor del 60% de ellos eran fanáticos del fútbol.
Para Gulyaev, “uno de los principales objetivos después de la Copa Mundial de Fútbol será utilizar de manera efectiva la infraestructura restante y el efecto de imagen de la Copa para aumentar los flujos turísticos y los ingresos del turismo en el futuro”. Este y otros temas se tratarán en diciembre durante la celebración de la primera edición de un Foro Internacional de Turismo de Moscú para operadores turísticos extranjeros y representantes de los medios de comunicación. La iniciativa pretende convertirse en una de las plataformas mundiales líderes para el intercambio de experiencias en este campo.
La joya del Mundial es el estadio Luzhniki que fue el escenario de la inauguración y de la final y tiene capacidad para 80.000 personas. Fue construido en 1956 como Estadio Central Lenin –todavía su estatua preside la entrada– y albergó eventos como los Juegos Olímpicos de 1980, la final de la Liga de Campeones 2008 o el Mundial de atletismo 2013. En su renovación se han invertido 338 millones de euros y, curiosamente, una buena parte fue a parar al césped del campo que se cuida con mimo. La pasión que despertó el fútbol ha llevado a instalar en algunos urinarios una pequeña portería y un balón para que los usuarios apunten y no se salgan fuera.
Naturaleza en el centro de la ciudad
Tal vez uno de los lugares más representativos de ese nuevo Moscú es Zaryadye Park, inaugurado hace apenas un año, situado en un gran espacio de 13 hectáreas que albergó el hotel más grande de Europa, el Rossiya con 3.500 habitaciones, ordenado por Nikita Khruschev y demolido en 2006, situado entre la Plaza Roja y el río Moscova. Los arquitectos Diller Scofidio + Renfro y los especialistas en paisajes Hargreaves Associates, procedentes de Nueva York –un símbolo de la nueva política rusa– han conseguido crear una serie de edificios casi subterráneos, cubiertos por el enorme parque. Hay un Centro de Conferencias y Conciertos, un Centro de la Naturaleza, que todavía no tiene ningún propósito, un elegante restaurante dedicado a los viajes espaciales, donde los saleros y pimenteros son cascos de cosmonautas de porcelana blanca. Otro espacio más informal ofrece comida de todo el mundo, anunciada por letreros de neón de jazz.
Fuera de estas construcciones interiores, el parque ofrece lo que Mary Margaret Jones, quien dirigió el diseño paisajístico de Hargreaves, llama «urbanismo salvaje». Ella ha dividido el parque en cuatro zonas, cada una de las cuales representa una característica clave del paisaje natural y la fauna de Rusia: la tundra, la estepa, el bosque y los humedales. Hay unos 800 árboles, incluidos el abedul, el pino silvestre y el alerce, y casi 900.000 plantas perennes que crean la instantánea de la geografía natural del país.
Pero sin duda lo que más llama la atención es una estructura con forma de bumerang que vuela sobre el río, sin llegar al otro lado y que ofrece a los visitantes vistas extraordinarias del imponente edificio de terraplenes de Stalin y nuevas formas de mirar hacia atrás al Kremlin y los dulces multicolores de la Catedral de San Basilio. El propio presidente ruso Vladimir Putin animó al alcalde de la ciudad Sergei Sobyanin, a convertir el terreno en un enorme parque. Un pulmón verde en la con frecuencia contaminada Moscú.
No es el único, de hecho el 42 por ciento de la superficie de la ciudad es verde. El parque Kolomenskoye, por ejemplo, fue una inmensa finca de recreo, a orillas del Moscova, que sirvió de refugio a la aristocracia rusa y cuyo principal atractivo es el Palacio del Zar Alexei Mikhailovich, declarado Patrimonio de la Humanidad. Dentro del parque hay edificios de madera traídos de toda Rusia, como la cabaña de Pedro el Grande. Se ofrece la oportunidad de pasear y conocer el entorno disfrazado de zar, o zarina, con ropajes que ellos mismos ofrecen allí.
Rascacielos de antes y de ahora
Buena parte de ese arriba que mencionábamos al principio son ‘Las siete hermanas de Stalin’ otra idea grandiosa del dictador que en 1947, cuando la ciudad cumplió ochocientos años, ordenó construir ocho rascacielos para celebrar la efeméride y mostrar, de nuevo, el poder de la URSS. Los rascacielos se construyeron en sólo diez años y, hoy en día, se mantienen siete de ellos, conocidos como ‘Las siete hermanas de Stalin’: el hotel Leningrado, el hotel Ucrania, el Ministerio de Asuntos Exteriores, el Edificio Administrativo de la Puerta Roja, la Universidad Estatal de Moscú, el edificio Kotelnicheskaya y el denominado ‘La Casa’, en la plaza Kudrinskaya. La octava hermana, el Palacio de los Soviets, como se ha dicho, nunca vio la luz.
Aquellos característicos rascacielos, que parecen casi iguales, han sido superados ahora por el centro financiero y de oficinas, Moscow City, iniciado en 1992, que presume en la actualidad de una veintena de altísimos rascacielos con muchos otros proyectos de construcción en marcha. Cuando finalicen las obras, albergará hasta 300.000 residentes, empleados y visitantes. No siempre todo fue tan bien. De hecho, los precios del alquiler eran tan bajos en el año 2014 que un albergue juvenil podía permitirse operar en la planta 43 de la Torre Imperia con un módico alquiler. A pesar de que la construcción se ralentizó durante casi una década, en los últimos años el ritmo de los proyectos de construcción se ha acelerado y los índices de ocupación también han aumentado. Además, la finalización de las líneas de metro y de una línea de alta velocidad con destino al aeropuerto permite que tanto los moscovitas como los visitantes puedan acceder al nuevo centro de un modo mucho más sencillo.
El único inconveniente de este gran complejo que vale la pena visitar es que hay que atravesar Moscú y para eso hay que echarle valor. El tráfico no solo es siempre intenso sino además caótico. Se conduce de cualquier forma aprovechando y cruzando carriles –en algunas calles hay siete en cada dirección–, ocupando el arcén y, si hace falta, las aceras. Autobuses, trolebuses, camiones y coches de gran tamaño y alta gama –Ferraris, Maseratis, Bentley, Mercedes, Audis, Volvos, BMW…– pugnan por el espacio. Lo único que no ven son motos, tal vez el clima no las haga muy aconsejables. Los intermitentes no existen, pero tampoco los bocinazos. Tampoco se oyen sirenas de ambulancias o policía. Moscú es una ciudad caótica… pero silenciosa y al parecer segura. Tal vez la explicación de la abundancia de vehículos es que la gasolina es muy barata. La súper de 95 cuesta 46 rublos, unos 60 céntimos de euro, menos de la mitad que en España. Otra explicación es que la capital rusa ha pasado a ser una de las más ricas del mundo. Se estima que es la que tiene más millonarios, con excepción de Nueva York. Los gigantescos anuncios luminosos de productos de lujo que a veces ocupan fachadas enteras así lo atestiguan.
Las “joyas” subterráneas
Toca ahora hablar del abajo de Moscú. Y naturalmente hay que empezar haciéndolo con el Metro, que es definido como el “Palacio del Pueblo” y que no solo es la manera más fácil y fiable para moverse por la ciudad –cada día recorren las 234 estaciones y 14 líneas más de 9 millones de usuarios– sino uno de los principales atractivos turísticos, históricos y arquitectónicos de la capital. Hay decenas de estaciones que merecen una visita, están clasificadas como los hoteles por estrellas, de las de cinco estrellas hay más de 20 en distintas líneas, pero tal vez las más destacadas en este «palacio subterráneo» revestido de granito y mármol, con mosaicos, esculturas y vitrales, son «Kievskaya» (línea azul) mosaicos dedicados a la vida de la gente de Ucrania, «Komsomolskaya» (línea circular), mosaicos en el techo, «Mayakovskaya» (línea verde) ganadora de muchos premios por su decoración, «Ploshchad Revolutsii» (línea azul) esculturas de los trabajadores, soldados y ciudadanos corrientes rusos, «Arbatskaya» (línea azul), «Chkalovskaya» (línea verde claro), una de las estaciones de nueva construcción, de diseño minimalista futurista.
También bajo tierra y convertido en uno de los recientes iconos de la ciudad es el llamado Bunker 42, un lugar donde Stalin se refugió y daba las órdenes durante la Segunda Guerra Mundial y que cobró un papel destacados en la década de los 50 durante la Guerra Fría. El Bunker 42 (antiguo ZKP “Tagansky” o GO-42) se encuentra a una profundidad de 65 metros (18 pisos) bajo tierra en el centro de Moscú cerca de la estación de metro Taganskaya. En 2006 fue vendido en una subasta y ahora está en manos privadas que lo han convertido en un museo dedicado a la Guerra Fría. El Bunker 42 estaba totalmente equipado con todo lo necesario en caso de un ataque nuclear. Las existencias de productos, combustible, regeneración del aire y sistemas de purificación, el suministro de agua potable podría proporcionar todo lo necesario al personal durante varios meses.
En sus 7.000 metros cuadrados podían vivir cerca de 600 personas en barracones y salas de comunicaciones. Durante la visita, un tanto claustrofóbica, se pueden conocer los detalles del funcionamiento del búnker, de su construcción y de todo el entramado de túneles que lo forman. Un museo muestra objetos y cuadros de aquella época. El más representativo es el primer modelo de bomba nuclear soviético.
Los actuales propietarios han convertido el búnker en un centro de ocio donde es posible armar y disparar sin balas el famoso fusil de asalto AK-47, practicar juegos interactivos como pistolas láser o Apocalypse Zombie, y también cosas menos violentas como cenar en su lujoso restaurante o utilizar sus salas con capacidad hasta para 1.000 personas donde celebrar banquetes, conferencias, fiestas y eventos. El final de la visita guarda una sorpresa no apta para cardiacos ya que en un estrecho corredor suena de pronto un bombazo y se lanzan todas las alarmas y sirenas como si de un ataque nuclear se tratara. Una buena razón para abandonar los subterráneos y volver a la luz deslumbrante de Moscú.
Y a propósito de luces, vale la pena mencionar una de las muchas fiestas que la capital rusa ofrece cada mes. Se trata del llamado festival «Circle of Light», un evento anual que tiene lugar al comienzo del otoño, en el que diseñadores de luz y expertos en el campo del arte audiovisual de todo el mundo transforman el aspecto arquitectónico de la capital. Durante unos pocos días de otoño, Moscú se convierte en el centro de atracción de la luz, sus edificios icónicos se muestran con coloridas proyecciones de video a gran escala, fabulosas instalaciones iluminan las calles y fantásticos espectáculos multimedia con luz, fuego, láseres y fuegos artificiales. En la ceremonia inaugural de 2018 se invirtieron 1,2 millones de dólares y participaron expertos de 30 países. Proyecciones sobre 12 cubos de gran tamaño, juegos de luces, agua y fuego sincronizados con la música crean un espectáculo único proyectado sobre un gran estanque en las afueras de la ciudad. La más de media hora que duran los fuegos artificiales es, sin duda, el mayor espectáculo pirotécnico del mundo. Los fuegos célebres de Fin de Año en Madeira, o la competencia entre barrios en Los Realejos (Tenerife) durante las fiestas de los Fuegos y las Cruces de mayo se quedan en nada ante el espectáculo de Moscú.