En la última noche del año, los brasileños rinden culto a una divinidad ecléctica y un tanto coqueta con la que es mejor mantener las buenas relaciones.
Toda divinidad tiene su lado oscuro y Yemanjá, la diosa (orishá) de los mares, no podía ser una excepción. Llegó a las costas de Brasil a bordo de los barcos cargados de esclavos africanos, coqueta, ecléctica (con poses y ornamentos de la iconografía católica) y mucho carácter Para tenerla contenta, los brasileños le rinden culto en todas las playas del país, desde Copacabana a Itapuá, en Salvador de Bahía, la última noche del año.
Las maes de santo (las sacerdotisas de esta religión afroamericana, llamada candomblé), vestidas de blanco, encienden velas y lanzan al mar pequeños barcos llenos de flores del mismo color. Si la marea se los lleva, significa que Yemanjá bendice el nuevo año. Los seguidores de la orishá practican rituales del candomblé, mientras el resto de la gente, que observa el «baile místico» en la playa, se adentra en el agua y salta siete olas, que recuerda a los siete saltos sobre las hogueras de San Juan.
La fiesta continúa el 2 de febrero, con la celebración del día de Yemanjá y una procesión de barcos que escoltan la imagen de la divinidad. Desde la orilla, sus devotos lanzan al mar maquillajes, espejos, perfumes y rosas. A la mañana siguiente, la playa se convierte en un peligroso paseo, sobre todo si caminas descalzo: miles de fragmentos de los frascos de perfume y de los espejos lanzados al mar se alinean en la orilla como restos de una resaca divina.