Uno de los elementos más pintorescos, a nivel turístico, que podemos llegar a encontrarnos en Rusia, y más precisamente en la ciudad de San Petersburgo, en las afueras de ésta, es el denominado Palacio de Peterhof, considerados Patrimonio de la Humanidad, bajo el nombre de “Centro histórico de San Petersburgo y conjuntos monumentales anexos”, siendo analizado, además, como uno de los ejemplos más claros de la arquitectura barroca.
Este Palacio junto a su parque, que se encuentran situados en la orilla meridional del Golfo de Finlandia, a unos 29 kilómetros de la ciudad de San Petersburgo en sí misma, destaca especialmente por la enorme cantidad de palacios y fuentes que lo rodean, las cuales permiten deslumbrarse todo el tiempo con un sinfín de espacios verdes, el complemento ideal para una construcción de este tipo.
Por otro lado, el Palacio de Peterhof adquiere especial relevancia, si tenemos en cuenta que se trató de la residencia de los zares rusos hasta la Revolución Rusa, de 1917, tras la cual, al año siguiente, se lo comenzó a utilizar como un museo, y más allá de que durante la Segunda Guerra Mundial estuvo ocupado por las tropas alemanas, su estado de conservación es óptimo.
Justamente, en este sentido, uno de los elementos fundamentales para entender por qué los nazis no destruyeron todo lo que había dentro del museo, está relacionado con que se pudieron evacuar más de 8.000 objetos de decoración de los palacios y cerca de 50 estatuas, las cuales se encuentran en una sección apartada del museo, para demostrar la suma importancia que revisten por esta cualidad.
Sin embargo, y para recuperar el museo luego de los años de vida que llevaba, y la ocupación alemana, se iniciaron obras tanto en su interior como exterior en el año 1949, algunas de las cuales e mantienen hasta hoy en día, reabriéndose sus salas completas, además del denominado “Palacio Grande”, en los años posteriores a la segunda contienda bélica del siglo pasado.